Princesas perfectas

Me siento hermosa porque soy mujer, Dios me ha dado curvas, hoyuelos, cadencias… Tengo un vientre capaz de atesorar grasas para que un bebé sobreviva en él si no  encuentro nada que comer. Soy hermosa, mi cuerpo cambia, al igual que cambian las estaciones, porque mi cuerpo está lleno de vida, lleva el ritmo de la luna, de las mareas, se hincha y se deshincha con las mestruaciones, con los embarazos, la lactancia, la menopausia. Me gusta, me gusta mi pecho generoso, más allá de lo que digan las modas si debe ser grande o pequeño, me gusta mi pecho porque es generoso con mi bebé, sabe alimentarlo, trasmite vida. Me gusta mi vientre redondo, deja que mi amado se pose en él y deja que mi bebé se mueva felizmente. Me gustan mis caderas concebidas para la vida, más allá de unos pantalones que las realcen o no. Me gusta mi naturaleza de mujer, y de hembra primitiva, nadie tiene derecho a decir que soy más hermosa por renunciar a mi condición de mujer, por convertirme en una percha perfecta que lleva un vestido impensable para una mujer real.

Soy perfecta, porque he nacido para trasmitir vida si quiero, y porque ando más cerca de los ciclos naturales que mi compañero varón. No sé si deseo ser princesa. Sé que he nacido para ser reina y reinar con alegría y vida. Luchar contra la tiranía de las modas que han convertido en enfermedad la ilusión de ser hermosa.

Soy hermosa porque nací mujer y guardo el secreto de la vida, en mi vientre abultado, en mis muslos redondos, en mi pecho fuerte, en mí cuerpo de mujer que vive.

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