Quien me conoce sabe que la victoria del Partido Popular en estas elecciones no me ha hecho mucha gracia.
No me ha hecho gracia pero era inevitable. Bastaba darse una vuelta por la ciudad para oír sapos y más sapos contra Zapatero, su política, la crisis.., demonizado totalmente y esperando que un Rajoy, tan soso él, tan predecible…, fuese un salvador para el País.
Viví la jornada electoral con tristeza, sabiendo lo que iba a pasar y desperté aquel lunes 21 de noviembre haciendo lo que últimamente hago: enseñar español, lengua y matemáticas, a un grupo de jóvenes y jóvenas que viven en esta ciudad pero pertenecen a esa tierra de nadie de lo indefinido, de los “derechos se pierden en el estrecho” y de la utopía de la escolarización.
Quería hablarles del milagro de la democracia y esas cosas, de la importancia de votar ante seres humanos que por ahora no tienen derecho a hacerlo ( y no se si alguna vez lo tendrán) pero me perdí en la pronunciación de las vocales que ya sabemos lo complicado que es para los árabes diferenciarlas. Mucho menos de lo que para mí es diferenciar las es francesas. Y se me fue el tiempo.
Había ganado el partido popular pero el mercado tenía el mismo soniquete de lo cotidiano, los loteros cantaban los números con sus adjetivos y sus nominales mientras yo me empeñaba en comprar buenas setas un otoño que no ha llovido lo suficiente. Y me llenaba de valor para cruzar la línea del pescado sin recordar a mi padre.
Nada había cambiado, la gente decía que ahora se podría fumar en los bares, que los maricones no se casarían y que de abortos nada. La gente que gritaba todo eso en el mercado pensaba que era algo bueno.
Recordé que había sobrevivido a un gobierno de Aznar, al gobierno del Gil en mi ciudad, a una crisis económica cuando Felipe, a las hombreras y el pelo cardado de los ochenta, a la pequeña , dulce y marinera, a tantas historias….así que compré el pan y me subí al autobús recordando una Ali Mcbel que se cantaba por dentro.