En la proa del Titanic

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No, no era el Titanic, pero en ese momento me dió igual, tampoco yo huía de nada, ni andaba viviendo una historia de amor imposible. Ni siquiera vivía una historia de amor.

Todo fue sencillo aunque a la vez mágico: él,  un marinero que no “era rubio como la cerveza ni llevaba  tatuado mi nombre en la piel” me andaba buscando después de quince años.

Estaba en Ceuta, el barco de parada, el Alcántara, guardaba la noche y los días en el puerto como manda la Delegación del Gobierno desde hace algunos años. Él volvió y quería encontrar a aquella morena de pelo largo, con uniforme de Trasmediterránea  que le tocó el alma en el puerto de Ceuta.

No, no fue “de bar en bar, ni de mostrador en mostrador” preguntando mi nombre, consultó la guía de teléfono, y aparecí sin ningún problema.

Nos encontramos en la Gran Vía. Yo viajaba a un tiempo que tenía sesenta de cintura, que perdí  y unas ganas de comerme el mundo que es lo que aún conservo. Él estaba mayor, pero eran esos mismos ojos y esa manera de decirme “guapa” que siempre me ha hecho  sentirme hermosa.

Hablamos, bebimos, hasta que la madrugada nos encontró frente al mar, en el puerto deportivo tejiendo confidencias.

Y le prometí que iría al barco a cenar con él y su tripulación el dia de su santo a la popa del Alcántara.

Y allí aparecí: con sandalias de tacón y vaqueros ajustados. Un libro de Rosa Montero dedicado para él “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” y ganas de pasar una noche en un barco parado.

Cuando andan lo paso mal, no me gusta navegar.

La noche era perfecta, un poniente de encargo llenaba los rincones del navío, el cielo lucía esplendoroso, el mar tranquilo y azul oscuro. La tripulación amigable, los pinchitos deliciosos, la música, él haciéndome fotos y la sal llenado los pliegues de las risas…

Después se fueron yendo todos, él tenía que hacer guardia en el barco esa noche, y yo decidí acompañarle porque no tenía nada mejor que hacer y me apetecía ver la noche en el puerto, en poniente, en verano y con luna llena.

Cogidos de la mano fuimos a la proa, ese vértice, pequeño, divino y extraño que rompe las mareas y traza el rumbo acompañado de delfines. Me subí de un salto. Y allí, desafiando al viento, recitando mi memoria a Espronceda en silencio, hice como la protagonista de Titanic, con los brazos en cruz, cerrando los ojos.  La música me acompañó, la luna fue mi cómplice, el mar me salpicó mientras yo vivía un momento mágico e irrepetible….

No, no era el Titanic, ni era una historia de amor. Aquel dia era su santo,  hace un año, pero  fui yo la que tuvo el mejor de los regalos.

4 Responses to En la proa del Titanic

  1. Argalan dice:

    ¡Que magia mas hermosa! Es la que llevamos dentro, la que hace que un momento, un lugar, sean como gotas de esperanza, hilos de ternura que recargan nuestras ganas de comernos el mundo con la ilusión ingenua y joven de la primera vez.

  2. caberna dice:

    Felicidades por el buen momento vivido y guardado para la colección. Al final, esa es una de las cosas que nos hacen más felices: la colección de buenos momentos que atesoramos en la memoria.

  3. Santiago dice:

    Mis felicitaciones por el regalo.

  4. OIN dice:

    Precioso, enhorabuena tú que pudistes, creistes y tuviste el valor de hacerlo

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